David Fresneda Fernández nos cuenta como era su madre y lo que ella le contaba de sus triunfos y derrotas.
Dicen que las estrellas tardan muchos años en morir, en apagarse, pero hay luceros que nunca mueren, y más cuando se trata de una madre. David Fresneda Ochoa, no encontraba palabras para describir a la suya; a Blanca Fernández Ochoa, la mujer que nos guio en el sendero de la constancia, la fuerza y la lucha en un deporte que no estaba reconocido para nosotras.
El esquí era lo suyo. Fue la primera española en llegar a la cima, en tocar la nieve del éxito. Desde entonces, nadie ha sido capaz de arrebatarle el liderazgo: una medalla olímpica en los Juegos de Invierno en Alvertville 1992, cuatro Copas del Mundo y diecinueve títulos como Campeona Nacional. También obtuvo la Medalla de Oro de la Real Orden del Mérito Deportivo, otorgado en 1994, y dos Premios Nacionales del Deporte –Premio Reina Sofía a la mejor deportista española-, concedidos en 1983 y 1988. Además, se le otorgó a título póstumo la Gran Cruz del Mérito Deportivo. Blanca era pureza y su nombre no era casualidad. Una persona sonriente que emitía luz hasta en sus peores momentos y una defensora nata del deporte femenino.
Desde pequeña conoció este deporte, con solo once años se fue a un centro de entrenamiento para deportistas en Viella, Lleida. “Lo pasó muy mal por separarse de su familia. Fue un poco obligada, y lloró muchísimo, escribía muchas cartas que no sabía cómo enviarlas. Al principio ella me contaba que el esquí no la gustaba mucho, le cogió manía, pero después poco a poco se fue adaptando. Se vio que tenía un don y no solo en el esquí, sino como ejemplo de superación a sí misma, pues ella era una persona que, si quería algo, lo iba a conseguir seguro. Por cómo era, por cómo hablaba, por cómo iba a por algo si lo quería. Era un ejemplo de superación, esfuerzo, sacrificio y muchas lágrimas caídas en los entrenamientos”.
Esa tenacidad que le caracterizaba, seguramente, vino heredada de su padre. Este trabajaba en la escuela de esquí en Navacerrada, Madrid. Aunque su nieto apenas lo conoció, decía que su madre le hablaba muy bien de él: “un tipo encantador, apasionado por la vida, súper trabajador y demás. En esos tiempos todo era más estricto, los jóvenes de hoy en día tienen más libertad a la hora de hacer lo que quieren. Ese trabajo y esa dureza también les hicieron ser más concienzudos con lo que querían conseguir o lograr”.
Blanca estaba destinada a seguir con la tradición familiar y no tenía mejor ejemplo que el de su queridísimo hermano Paco, el único español campeón del oro en los Juegos Olímpicos de Invierno, en Sapporo 1972. “Eran uña y carne, dos hermanos estrella. Cuando nombraban a Paco en cualquier televisión y en cualquier lado, le brillaban los ojos. Siempre le ha idolatrado desde chiquitita; la llevaron al esquí por Paco, porque no se sabía que mi madre podría tener ese don. Era su ídolo y con su perdida lo pasó súper mal, eran tiempos muy difíciles que poco a poco fue superando. Cuando se pierde a un familiar es algo muy complicado, para mí hay tres problemas realmente en la vida: la pérdida de un pariente, el tener una enfermedad o el no tener nada económicamente, que te haga acabar en la calle y pasar hambre. Entiendo a mi madre, Paco era su Dios”.
La medalla olímpica se le resistió mucho a la esquiadora. Estuvo a punto de obtener el oro en Calgary 1998 si no fuera por la caída que tuvo en la segunda manga, eso fue un error que según ella la persiguió toda su vida. Tanto fue así que contó con ayuda psicológica. “Lo recuerda como algo único, no se lo podía creer. Me dijo que era una sensación, como cuando te pillan en una mentira, y te recorre el cuerpo”.
Pero al final llegó su deseada medalla en Albertville 1992. “Era algo que llevaba persiguiendo nada más y nada menos que en cuatro Juegos Olímpicos, tanto tiempo a un máximo nivel, entrenando diariamente horas y horas, y eso fue la recompensa. Se lo desearía a cualquier deportista que ha estado en el alto nivel, es como un “te lo mereces” y al final, pues, una medalla olímpica simboliza que eres el mejor del mundo en algo, que no hay nadie por encima de ti. Son recompensas que te llenan”.
La esquiadora, al concluir la prueba aquel día, añadió: “Creo que el deporte ha hecho justicia conmigo”. Como anécdota, su hijo recuerda lo que su madre le contó de ese histórico día: “Mucha gente se acercó para abrazarla, ente ellos estaba su hermano Paco. Este estaba comentando el evento y se intentó saltar la valla de seguridad para darle también un abrazo. También me contó que se abrazó con sus dos adversarias, la austriaca Petra Kronberger y la neozelandesa Coberger al terminar la competición”.
Con este hito se proclamó La Reina de la nieve en España y se pudo retirar tranquila después de ocho años de carrera deportiva. El deporte es capaz de dar alegría cuando las situaciones no acompañan, pero ¿Se trata bien a los deportistas después de su retirada? David lo tiene claro: “Las Instituciones no protegen en absoluto a los deportistas, no solo por ver a mi madre. Cuando eres Zidane o Beckham y vas a tener dinero toda la vida, pues no pasa nada y no necesitas a nadie. Pero en un deporte como el ciclismo o el baloncesto, en el que también has dado alegrías a tantas personas, durante tanto tiempo, que se les descuide de tal manera, me parece vergonzoso. Me parece que se les cuida muy poco para lo que nos han dado y se merecen, y no lo digo solo por mi madre. Sobre todo, en el deporte femenino -que desgraciadamente mueve muchísimo menos que cualquier deporte de chicos, es obvio- me parece absurdo”.
La educación en la igualdad fue uno de los valores que siempre reinaron en la familia de los Ochoa, cuando una mujer ganaba algo y salía en televisión, Blanca se reía un montón y decía: “Esto les va a joder, la van a tener que idolatrar y van a tener que hablar de ella”. David definió a su madre como: “La máxima defensora del deporte femenino”. “Trabajan igual que los chicos, el esfuerzo y el sacrificio es el mismo. Del masculino también, pero siempre ha defendido a las chicas, siempre las ha tenido como unas súper guerreras, que lo sois la verdad”.
Y esto se muestra patente en su hermana pequeña Olivia, jugadora de la Selección Nacional de Rugby 7. Este año ha sido raro para la benjamina debido al coronavirus, se parece más a su madre que David, “si quiere algo lo va a conseguir. Ella es a base de esfuerzo y sacrificio”. La medalla olímpica será su próximo objetivo, y así podrá continuar con el linaje de sus parientes.
Lo que a Blanca le hizo llegar donde llegó fue “su bondad y su humildad; su capacidad de trabajo y adaptación a cualquier sitio y clima. Estuvo en el equipo de Austria y de Francia y siempre se tuvo que adaptar, era una persona súper fuerte”.
Los medios de comunicación deben tratar a los deportistas con respeto y agradecimiento por lo que han hecho. David lanzó una crítica hacia los mismos: “Creo que los medios de comunicación, son como son, buscan el morbo. Y por mucho que duela, a veces lo que mueve es el dinero. Si hay dinero por saber cómo murió, lo van a hacer. Pues desgraciadamente hay que hacerlo. No me gustan mucho los medios de comunicación, pero también hay cosas que sin ellos no se podrían lograr, como el publicar la desaparición de mi madre y que se sumara tanta gente para ayudar”.
Blanca fue encontrada el 4 de septiembre del 2019, tras estar desaparecida desde el 24 de agosto, en el Pico de la Peñota, situado en la sierra de Guadarrama, Madrid. La última ruta que hicieron madre e hijo fue hacia esa montaña “nos llevamos unos bocadillos y lo pasamos muy bien, pero la que más la gustaba era la de Siete Picos”. Así es como deben recordarla, entre sonrisas, tantas como las que ella nos regaló. Buen viaje Blanca.